2008-05-25


Sociedad de la Información, Sociedad de Redes o Sociedad del Conocimiento
-Carolina Coll Areco-






En el siguiente ensayo relacionaré la diferencia entre la sociedad de la Conversación y la Sociedad de la Información; el rol de la educación; la propiedad intelectual en Internet; el Estado y el control de la información. Me basaré en los textos de Raffaele Simona; “La tercera Fase”, y el de Mayte Pascual; “En qué mundo vivimos, conversaciones con Manuel Castells”.

Los conocimientos previos que una persona puede adquirir a través del tiempo fue constituye un factor que colaboró al cambio de una sociedad a otra.
Aquellos que no puedan adquirir ciertos conocimientos, cierta información, se encuentra con un gran obstáculo ya que le impide realizar comportamientos que requieren de un mínimo de éste.
“Hasta nuestra generación, los que tenían la prerrogativa de saber “cómo hacer” las cosas en una serie de ámbitos; es más, uno de sus papeles en la sociedad era precisamente el de trasmitir a los jóvenes esos conocimientos. Los nacidos después de 1970, en cambio, han tenido inmediatamente acceso a formas complicadas de conocimiento práctico… A menudo los viejos no saben en absoluto hacer algunas cosas, mientras que los jóvenes se las saben al dedillo”
[1]. Los nuevos “viejos” son los jóvenes que, de ahora en más, deben instruir a los mayores.
Mayte Pascual en su texto reflexiona acerca de la incapacidad de las personas de procesar la información que se puede adquirir en los diversos medios de comunicación.


Entre ambas sociedades, la de la Conversación y la de Tercera Fase, se pueden encontrar varias diferencias:

“Los conocimientos en la Sociedad Tradicional, se formaban en lugares definidos (centros culturales, universidades, academias, cultos, etc);(…) el lugar físico en el que se ponían en circulación en el taller del aprendiz o familia”. Los conocimientos evolucionados se difundían a través de la mediación del lenguaje (hablado o escrito), por eso se la llamaba Sociedad de Conversación, y eran almacenados en la memoria, con lo cual existía la posibilidad de la pérdida de ellos. Los conocimientos prácticos y operativos se adquirían generalmente “mirando cómo se hacía”, sin recurrir a instituciones explícitas. Por este motivo, la sociedad tradicional también era, en cierto sentido, una Sociedad de Conversación, o por lo menos del intercambio verbal. Muchísimos conocimientos se podían adquirir de forma inmediata, sin tener que aprender una cantidad excesiva de software previo. El experto, en la sociedad tradicional, era inmune, es decir, su sabiduría era indiscutible ya que no había otras fuentes de información que comprueben la veracidad del mismo.
En el siglo XX, la situación cambió. El lugar donde se crea y experimenta el conocimiento práctico ya no es el laboratorio artesanal, sino en todo caso la industria. El experto dejó de ser el que controla el conocimiento; las personas tiene poder de inspeccionar lo que el artesano hacía, de valorarlo y, si lo consideraban oportuno, de excluirlo del cuerpo de conocimientos de aceptación general. Se crearon numerosos “bancos del conocimiento”, lugares físicos en los que se acumulan informaciones para poder recurrir a ellas cada vez que sea necesario, Se crearon los “Santuarios” para otorgar estabilidad al capital del conocimiento: bibliotecas, archivos, bancos de datos, Internet. Etc. A partir de este momento, se puede controlar su calidad, verificar las fuentes, ante una información nueva se ha hecho ya natural preguntarse: “¿de dónde viene? Y ¿cómo se ha conseguido?”. Lo cierto es que estos lugares de producción de los conocimientos se han reproducido ilimitadamente, hasta llegar a pulverizarse. Un emblema tipo es la multiplicación de páginas de Internet


Como mencionamos anteriormente, las personas se educaban a través de la observación de los profesionales y la puesta en práctica de la tarea. Los conocimientos eran transmitidos a través de la comunicación. Lo negativo de esta forma de educación es que los conocimientos pueden desaparecer y olvidarse ya que solo se podía recurrir a la memoria para guardarlos. Es en la época actual cuando se puede recurrir a las escuelas para adquirir conocimientos, además de otras fuentes como base de datos, archivos, bibliotecas, Internet, etc. Pero, como contrapunto, la educación de las escuela es lenta en comparación al avance de la sociedad y transmiten información limitada de conocimientos seleccionados, con lo cual, los alumnos no adquieren los conocimientos necesarios para realizar las prácticas en la vida cotidiana.

Para Mayte Pascual la escuela debería enseñar a los alumnos la experimentación y que no coarten su autonomía intelectual. Debería implantar y trasmitir valores, socializar en reglas de comportamiento, enseñar a buscar información en Internet, generar conocimientos y curiosidad de conocimiento a partir de esa información y motivar el aprendizaje. Para la autora, el sistema educativo es la institución más conservadora.

El Gobierno Estatal fue un actor fundamental en la aparición de Internet, ya que fue éste el que invirtió en educación pública, y permitió la creación de la red ya que quienes la crearon pudieron adquirir los conocimientos que precisan a través de la educación escolar. El Sr. Castells comenta en el texto de Mayte Pascual: “Los países en vías de desarrollo no pueden avanzar sin una infraestructura de comunicación, sin Internet, sin Internet de banda ancha y sin la capacidad educativa para utilizarlo. Ahí está la calve del desarrollo actual. No sirve de nada tener una conexión con Internet si no está vinculada a usos económicos, educativos o de servicio público”

[2]. Es decir, que es el Estado el que debe brindar educación para que las comunidades avancen, evolucionen y crezcan en materia de la tecnología. Pero a medida que Internet se fue interiorizando en la vida de las personas, se comenzaron a encontrar muchos usos del mismo, que el Estado no se había imaginado con lo cual vio la necesidad de limitar el medio. El Sr. Castells afirma: “Los estados como las grandes empresas mediáticas están llevando a cabo una verdadera ofensiva para controlar la comunicación digital. Por un lado mediante la concentración del negocio en grandes grupos que imponen sus reglas. Los gobiernos aprovechan esa concentración para incrementar su vigilancia y capacidad de regulación. El factor decisivo es la capacidad de los ciudadanos de imponer a sus gobiernos el respeto de su libertad de comunicación. Y, también, la presión que pueden ejercer los usuarios sobre las distintas empresas de comunicación, castigando a aquellas que sean menos respetuosas con su privacidad”[3]. Es decir que gracias a la educación que reciben las personas, éstas pudieron avanzar en materia de red hasta sobrepasar los límites que creía el Estado. Es por ello que ahora se ve obligado a ejercer políticas limitadoras frente a este hecho.


El artículo que utilicé como ejemplo comprende el eje de la educación y la utilización de fuentes como Internet, para poder estudiar una carrera y, cómo los organismos estatales, por ejemplo la policía influye y determinan en el avance de la misma. También se puede observar a través del texto, cómo un Gobierno limita a la sociedad de clase baja evitando la reposición de más computadoras y con mejor servicio, lo que obliga a las personas a recurrir a medios antiguos de transmisión de conocimientos, como envío postal. Además, se refleja el tema de las personas mayores que revierten la posición de Simone y demuestran poder recurrir a la red de redes para continuar y perfeccionar su educación.

Fuente:
http://www.eltiempo.com/nacion/2008-05-05/ARTICULO-WEB-NOTA_INTERIOR-4141563.html

[1] Simone, Raffaele (2001): “La tercera Fase. Formas de saber que estamos perdiendo”. Madrid, Editorial Taurus (Pensamiento), página 70.
[2] Pascual, Mayte (2006). “Comunicación e innovación en la era de Internet”. Capítulo 9 de En qué mundo vivimos. Alianza Editorial. Colección Alianza Ensayo. Madrid. Página 228.
[3] Pascual, Mayte (2006). “Comunicación e innovación en la era de Internet”. Capítulo 9 de En qué mundo vivimos. Alianza Editorial. Colección Alianza Ensayo. Madrid. Página 232.